
A veces no hace falta que nadie te escuche. Hace falta que tú misma te escuches.
Por años, escuché el mundo. Escuché las voces externas diciéndome qué debía hacer, cómo debía ser, a qué ritmo debía vivir. Y poco a poco, dejé de oírme a mí.
Hasta que un día, cansada, confundida y llena de ruido por dentro, me senté en silencio. Sin celular. Sin metas. Sin intención de ser productiva. Solo me senté… y me escuché.
Escuché mi cansancio.
Escuché mi corazón acelerado.
Escuché el llanto que no había tenido tiempo de llorar.
Escuché mi alma preguntándome: ¿te olvidaste de mí?
No fue fácil. Porque cuando una se escucha de verdad, no siempre oye cosas bonitas. A veces duele. A veces lo que escuchamos son verdades que habíamos estado evitando. Pero también… también se siente paz. Se siente alivio. Se siente un reencuentro.
Ese día, no resolví mi vida. Pero empecé a recordarla.
Y desde entonces, cada vez que el mundo grita, yo me regalo cinco minutos para volver a escucharme. Porque nadie me conoce como yo. Y nadie me puede cuidar mejor que yo misma.
¿Y tú? ¿Cuándo fue la última vez que te escuchaste de verdad?
Add comment
Comments